viernes, 3 de julio de 2009

Un jueves para el olvido

Y acá está, después de tanto tiempo, el cuento que escribí después de leer el de Cortázar...




Algo aburrido, algo somnoliento, agarró la guitarra y se puso a rasguear un par de sus habituales canciones. De vez en cuando, iba a ver qué estaba haciendo su hermanita, pues ella y él eran los únicos en el departamento en ese momento. Sus padres trabajaban y su otra hermana estaba en clases de Danza. No volvería sino al cabo de unas cuantas horas.


Suspiró. Fue al balcón y sacó del tendedero un pantalón corto -porque empezaba a hacerle calor-, mientras aprovechó para mirar brevemente los autos que pasaban por la esquina. "Siempre lo mismo" pensó. Es que ya desde hacia varias semanas, el panorama no había cambiado en absoluto. Las mismas chatarras se paseaban una y otra vez por las mismas calles, escuchando música a todo lo que da y haciendo caso omiso a las bocinas de los malhumorados colectivos y a las protestas de los peatones, apurados y sin rumbo fijo, usando extraños atuendos y rogando por un poco de atención.


Sin embargo, esta monotonía le despertó desesos de salir a tomar un poco de aire fresco; quizás ir a hacer algo por ahí con sus amigos del colegio. Hizo las llamadas necesarias y todo quedó arreglado: en una hora, se verían con los demás en la plaza, la cual estaba a 2 cuadras de donde vivía. Irían a comer algo y después partirían hacia una fiesta por el cumpleaños de la hermana de uno de sus compañeros.


Se bañó, se cambió y alistó a la chiquita para dejarla en el local de la abuela, a media cuadra de allí, puesto que ella aun no tenía la edad suficiente como para quedarse sola en su casa.


Luego, cuando iba a agarrar el celular para salir, vio la guitarra tendida en su cama y no se resistió. Quiso terminar de componer la canción que había empezado a escribir días atrás. Era bastante buena. Le recordaba a las vacaciones de invierno, los domingos en su estancia del campo, las idas a la cancha de su equipo favorito de fútbol, y muchos otros ratos felices de su infancia.


También se percató del fin de semana largo que le esperaba, dado que, al día siguiente, desinfectarían su escuela y no se dictarían clases. Esto lo relajó definitivamente.


Sonó un fuerte golpe de una puerta de afuera de su hogar, lo que lo sacó un poco de su ensimismamiento. Aquel portazo le hizo venir a la memoria las palabras de la vecina de la mañana pasada. Ella le había comentado, mientras aguardaban el ascensor, que una pandilla de vándalos merodeaba los edificios y casas de Barrio Norte, y que se habían reportado numerosos casos de robo en departamentos céntricos de la zona. Él no le había dado demasiada importancia, en parte, ya que la vecina no le agradaba mucho y pensaba que siempre lo exageraba todo. Era de esas señoras qu hablaban con su mascota (como si el pobre animal entendiése algo), sumida en la soledad y olvidada por sus 2 hijos mayores.


En fin, la modorra iba ganándole poco a poco. Se desperezó y guardó la guitarra en la funda que estaba en el living. Entró por última vez a su cuarto para sacar algo de dinero y reunirse de una vez con los muchachos. En eso, oyó un murmullo en la puerta de adelante. "Raro", se dijo a sí mismo.


Tal vez la señora tenía razón acerca de aquellos tipos. Tal vez debería cerrar la puerta con llave, o bueno, eso debería haber hecho, antes de ver asomar la cabeza del extraño hombre por su pieza apuntándole con algo que tenía en la mano directo a su cabeza...




[FIN]






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